El hombre de San Petersburgo/Ken Follet


Fragmento de antología de la apasionante novela del consagrado escritor e historiador galés (DISPONIBLE EN LA BIBLIOTECA)



“(…) Por supuesto, era difícil que la duquesa ofreciera reuniones interesantes porque mucha gente estaba proscripta de su mesa: todos los liberales, todos los judíos, todos los que estuviesen en el comercio, todos los que trabajaran en las tablas, todos los divorciados y las muchas personas que, alguna vez, contradijeron las ideas de la duquesa acerca de lo que estaba bien. Por eso tenía un opaco círculo de amigos.

El tema favorito de conversación de la duquesa era la cuestión de los que estaban arruinando el país. Los candidatos principales eran la subversión (por Lloyd George y Churchill), la vulgaridad (Diaghilev y los postimpresionistas) y la sobretasa (un chelín y tres peniques por libra).

Sin embargo, hoy la ruina de Inglaterra ocupaba el segundo lugar, detrás de la muerte del archiduque. El `parlamentario conservador explicó de una forma algo tediosa por qué no habría guerra. La esposa de un embajador sudamericano dijo, con voz aniñada que enfureció a Charlotte:
-Lo que no comprendo es por qué esos nihilistas quieren arrojar bombas y matar gente.

La duquesa tenía la respuesta. Su doctor le explicó que todas las sufragistas padecían de una enfermedad nerviosa conocida en la ciencia médica como histeria; y en su opinión los revolucionarios sufrían el equivalente masculino de esa enfermedad.
Charlotte, que esa mañana había leído The Times desde la primera hasta la última página dijo:
-Por otro lado, quizás los serbios simplemente no quieran ser gobernados por Austria.-Mamá la miró airada y todos los demás la contemplaron por un momento como si estuviese loca y luego ignoraron lo que había dicho.

Freddie estaba sentado junto a ella, Su rostro redondo siempre parecía brillar ligeramente. Le dijo en voz baja:
-Caramba, dice las cosas más extravagantes.
-¿Qué hay de extravagante en eso?- exigió Charlotte.
-Bien, quiero decir que cualquiera podría pensar que está de acuerdo con que maten a los archiduques.
-Creo que si los austríacos trataran de tomar Inglaterra, usted mataría archiduques, ¿verdad?
-En absoluto- dijo Freddie.
Charlotte se dio vuelta al otro lado, empezaba a sentir como si hubiese perdido la voz: nadie parecía escuchar lo que decía. Eso la enojó mucho.

Mientras tanto, la duquesa tomaba su ritmo. Las clases bajas eran haraganas, decía; y Charlotte pensó: “Usted, que jamás trabajó un solo día de su vida!” Pues, continuaba la duquesa, tenía entendido que en la actualidad cada obrero disponía de un muchacho para que le llevara las herramientas. Por cierto, un hombre podía llevar sus propias herramientas, afirmaba la duquesa mientras un lacayo le ofrecía una bandeja de plata llena de papas hervidas. Mientras comenzaba la tercera copa de vino dulce, la duquesa decía que los trabajadores bebían tanta cerveza al mediodía que por la tarde no podían trabajar. Hoy la gente quiere que la mimen, señalaba mientras tres doncellas y dos lacayos retiraban los restos del tercer plato y servían el cuarto. No era cosa del Gobierno dar ayuda a los pobres, seguros médicos y pensiones. La pobreza alentaría a las clases bajas a vivir frugalmente, lo que era una virtud- añadía la duquesa al final de una comida que podría alimentar a una familia trabajadora de diez personas durante quince días. La gente debe valerse por sí misma, decía, mientras el mayordomo la ayudaba a levantarse de la mesa y dirigirse al salón de estar. (…)”



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