Amor y anarquía/ Martín Caparrós
Fragmento de la biografía
novelada de Soledad Rosas (1974-1998), la joven argentina de clase alta que fue
condenada en Italia bajo cargos de terrorismo por delitos cometidos antes de su
llegada a la península
“(…) El humor policial siempre es
involuntario: sus informes meticulosos informan, entre otras cosas, que se ve
que sus tres perseguidos, “por cómo se expresan, tienen la obsesión de que los
siguen y los escuchan”- decían los que los seguían y los escuchaban. Silvano,
de hecho, insistía a menudo en su certeza de que tenía un micrófono en el
coche. Y, sin embargo, nunca tomaron la decisión más simple que tomaría, en
esas circunstancias, cualquier grupo medianamente organizado: dejar ese auto y
conseguir otro.
La noche de la boda Soledad y
Edoardo no tuvieron una noche de bodas. O eso imagina la Policía: sus escuchas
los sitúan a eso de las 11 en el Volkswagen Polo junto con Silvano en plena
cháchara. EDoardo se quejaba de su inactividad:
-Ideas hay. Pero estamos
demasiado controlados, los seguimientos, los micrófonos, no podemos hacer nada-
-Carajo.
Aportó Soledad y Silvano redobló:
-Y encima estamos distraídos por todas
estas otras actividades, te distraen al 99 por ciento. Al final las acciones
que conseguís hacer son solo como un hobby, cositas en el tiempo libre. En
realidad el tiempo principal se pasa o en curritos o en estas iniciativas, que
de ésas sí hay una detrás de la otra, mirá el matrimonio.
-Porque si decidís hacer algo
groso lo tenés que preparar.
-Claro, no son cosas que se
puedan hacer de un día para otro, eh, mañana a la mañana hagamos un…
-No, ya sé, la pensás, la
estudiás. Pero si querés hacer una buena acción en grupo la hacés ¿por qué no
la podés hacer?
Dijo Soledad y Edoardo se puso
serio.
-Sí, pero entonces hacés eso y
ninguna otra cosa…
-Para hacer una acción de grupo
tenés que tener un grupo organizado, y para organizar un grupo se necesita un
año de aislamiento, organizar un grupo de diez personas…
Dijo Silvano: en la conversación
estaba claro que no era su caso. Después hablaron -dice la Policía- de la
cantidad de asaltos, 2.400 en Italia el año anterior, el país más asaltante de
Europa, y Silvano les explicó que cuando agarraban a un ladrón con armas sin
haber disparado le daban entre dos y tres años. Soledad quiso saber más:
-Pero yo hago una pregunta ¿no?
En el movimiento yo no sé quién hace y quién no hace estos asaltos, pero los
que los hacen, los que se sabe, están todos en cana o hay otros que lo hacen y
no se sabe y están afuera, pero pienso que la gente del movimiento, que yo
conozco, no hace asaltos.
Silvano estaba de acuerdo:
-Yo también pienso lo mismo, sí.
¿Y entonces?
-Entonces quiero decir que los
tipos del movimiento, los nuestros que hacen asaltos terminan todos en cana.
-Y sí, los encierran bien
encerrados.
-Por eso me pregunto dónde están
todos esos que hacen asaltos y que están afuera.
Insistía Soledad, e intervino
Edoardo:
-No, esos hacen la suya, no se
van a hacer ver en las casas ocupadas, ¿no?
Silvano aseguró que no:
-Seguro, los que yo conozco ni en
pedo irían a un centro social y no tienen nada que ver con eso…
Después Soledad y Edoardo
comentaron que en unos días tenían ganas de irse al sur de España al juicio de
unos anarquistas arrestados por el asalto del Banco de Córdoba: visiblemente no
tenían planes demasiado claros. También pensaban irse a la Argentina, unos
meses después. Soledad quería que su hombre conociera su país y sus amigos y
estaban imaginando un largo viaje: atravesarían tierra por media África y se
tomarían un barco hasta Brasil. No parece el clásico proyecto de una célula de
militantes terroristas. De pronto Edoardo tuvo un mal presentimiento:
-No sé, vos y yo estamos juntos,
pasa algo, algún hecho y a mí me meten en cana, me condenan, me dan cinco o
seis años, digamos siete años…
-Uh…
-Vos te encontrás sola,
¿entendés?¿Y qué hacés?
-Hago todo lo posible por sacarte
de la cana.
Le dijo Soledad.
-Tá bien, pero ponele que después
de hacer todo lo posible no conseguís nada y…
La discusión siguió. Soledad le
decía que entonces tendrían que cambiar el régimen penitenciario para que ella
pudiera visitarlo porque no iba a estar casada con él, sino con Luca, y él qué
carajo iba a cambiar.
-¿Qué vas a cambiar? Sacátelo de
la cabeza que yo…yo no voy en cana, así que olvídate de venir a verme a la
cárcel. No, yo en cana no voy más.
Nunca sabremos si fue esa noche o
la siguiente cuando Soledad escribió en un cuaderno una carta que después no
mandó: “La policía está bastante caliente en estos días. Siempre hay alguien
que da vueltas cerca de la Casa o autos que nos siguen o paranoia de micrófonos.
Acá la represión es muy caliente, pero no tanto como en Argentina, donde te
asesinan”. Y Silvano, años más tarde, escribirá en el margen de la
transcripción judicial de esas palabras: “¿Qué decís, Sole? ¡¡Si a vos te
asesinaron!!”(…)”
(Como gesto de coherencia con su
contenido, el ejemplar de este libro fue descatalogado de la Biblioteca para su
circulación como parte del Movimiento Libro Libre, en el cual un lector puede
encontrar libros en lugares específicos –la Biblioteca es uno de esos nodos- o
dejados en espacios al azar para que otro lector también lo lea)
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